BARRO Y MAÍZ
Llueve. El agua se agolpa en los desniveles del asfalto, como lagunas en el altiplano. Rezagada, a solo cien metros del río… ahí se queda quieta. Esperando tal vez la pisada de alguna rueda que la empuje un poco más cerca de la orilla que se abisma.
Olas, horas. Pasan de largo y no me esperan.
Aunque el aire llegase a hervir, nada,
ni siquiera eso, cambiaría mi visión.
Sus ojos de barro -aún no horneado- cargaban horas de espera.
El eco de un trueno me dio en el pecho; - ¿Qué era lo que esperaba?
Incrédulos pasaban por la esquina y parecían no verlo. El limbo estaba ahí. Bajo mis pies: barro, y maíz poblaban la atmósfera, ya corrompida por las luces del interior.
Sigue cayendo agua, y aunque aún no dijo su nombre, siento que podría adivinarlo. ¿Cuánto más lloverá? ¿Cuánto de mi le mostré? ¿Cuantos minutos más pasaré sin saber ?, me pregunto y no me atrevo a responderme.
Solo sé que no lo sé. Y que no sé si lo sabré. Pero –pienso- ; ¿qué es lo que mantiene a mis ojos cautivos, más que la intriga de no saber?
Sólo sé que llegué al limbo y que por unas cuantas horas no voy a salir de acá. ¿Cuántas horas? ¿Cómo se llama? ¿Cuál es su color favorito? ¿Qué es lo primero que piensa al despertar? No lo sé. Y es hermoso no saberlo.
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